sábado, 30 de enero de 2010

LA VERGÜENZA, MAESTRA DE VIDA



LA VERGÜENZA, MAESTRA DE VIDA
Por: Giuseppe Isgró C.

Para los antiguos griegos, la vergüenza equivalía al sentido del honor; la denominaban “aidós” cuando se refería a la expresión de tal sentimiento en sí mismo/a; y “némesis” o “recta indignación” cuando se experimentaba en relación con la conducta ajena.


Alfonso Reyes, uno de los máximos humanistas hispanoamericanos del siglo XX, en su obra Rescoldo de Grecia, hace un sintético e interesante estudio sobre el tema.


Según Reyes, -“hay actos que no se ejecutan sin sentir el reproche interno, y que (las personas) prefieren abstenerse de realizar”. Mientras que, la “némesis”, “surge entre verdaderos testigos del acto que la provocan”. En los casos que nadie los presencie, -“el acto, sin embargo, respira némesis, sólo que no hay pecho que lo reciba”. Luego agrega que, “némesis viene poco a poco a ser el reproche cósmico que nos hostiga en la tierra”.


Demetrio Falereo, -ese gran político, filósofo peripatético, orador y escritor griego del siglo IV a.n.e., -organizador y primer director de la Biblioteca de Alejandría-, expresó: -“Dentro de la casa tened vergüenza de vuestros padres, fuera de ella, de todos cuanto os vean, y en la soledad téngala cada uno de sí mismo”.


Hay una ley divina mediante la cual, el infractor –aún cuando lo sea a nivel de deseo o representación mental- experimenta tanto el efecto coercitivo, como el “correctivo”o sancionador, a la vez, de la vergüenza.


En la primera fase, el efecto coercitivo de la vergüenza se manifiesta como resistencia ético-moral a infringir cualesquiera de las leyes cósmicas o naturales, las de derecho público o privado, así como las normas morales, y las de las buenas costumbres y urbanidad universalmente aceptadas; el elemento tentador que se manifiesta, a nivel mental, exhortando al hecho punible, se encuentra con la barrera o resistencia de la fuerza moral de la vergüenza que experimentaría frente al Gran Ser Supremo, frente a la sociedad y a sí mismo/a, tiene efectos coercitivos –es decir, de freno-, que le impide dar el paso que separa de lo lícito.


La vergüenza ha surtido efecto y la persona conserva la paz y quietud interior, y, sobre todo, la tranquilidad de su conciencia, –severo juez-, cuya voz interior conminatoria, constituye un verdadero verdugo para el infractor.


En la otra fase, en el caso de que, la voz tentadora interna bloqueara el poder coercitivo, es decir, de freno, de la vergüenza, -o sentido del honor-, que indica lo justo, en cada caso, y triunfare, realizando el acto ilícito, modificándose con la conducta respectiva, algún hecho del mundo exterior, o simplemente, una vez aceptada la realización del acto indebido, efectuado a nivel de representación mental –en este último caso de manifestación más sutil a nivel del mundo interior o psíquico del individuo, de la cual, Jesús de Nazareth tenía plena conciencia, al decir que, al desear las cosas ajenas, o la mujer del prójimo, ya se había pecado, entonces, desde el mismo instante de aceptación del hecho objetable, comienza a actuar el poder “coactivo-sancionador” de la vergüenza, a nivel personal y, de la “Némesis”, o reproche cósmico a nivel externo y, por medio de mecanismos cósmicos existentes a tales efectos, de donde menos se piensa, comienzan a surgir las personas, circunstancias o situaciones, además del respectivo reclamo interno de la conciencia, que, por cualquier forma o medio –aún sin aparente relación con el hecho punible, realizado o en vía de serlo-,hace experimentar la vergüenza correctora o sancionadora.


Los demás experimentan indignación hacia el infractor; mientras que éste siente vergüenza, o reproche interno, en forma de arrepentimiento, que lo lleva a enmendar su acción o conducta inadecuada a la norma ético-moral o de derecho, haciendo, en el futuro, más fuerte y resistente el poder coercitivo o, de freno, de la vergüenza, frente a la voz tentadora.


En la persona honrada, el poder de la vergüenza proporciona la fuerza necesaria o estímulo adicional para emplearse a fondo, para cumplir cualquier trato o compromiso adquirido, es decir, efectuar un pago puntualmente; realizar un trabajo bien hecho; observar una conducta idónea en todos los actos de la vida; ser respetuoso y amable; mantener la compostura, positividad y serenidad frente a los sucesos exteriores que le competen; asumir la propia responsabilidad frente a todos y a sí mismo, dando la cara, oportunamente, etc.


El estudiante honesto tiene vergüenza de cosechar triunfos inmerecidos; y la misma fuerza intrínseca de la vergüenza le insta a esforzarse más y mejor, para asimilar conocimientos y así estar preparado para el momento de la evaluación más importante, -no sólo frente a sus examinadores para aprobar determinado grado o curso-, sino frente a la vida, quien le evalúa por los resultados que obtiene; y frente a sí, por cuanto el juez más severo es el propio yo interno, su conciencia, que le indicará, siempre, que aún debe y, puede, dar más de sí, por medio de la insatisfacción personal y el poder coercitivo y el “coactivo cósmico” de la vergüenza, para alcanzar lo óptimo y necesario en cada caso.


La vergüenza es un impulso estimulante para actuar con decoro, respeto y fidelidad, dando valor por valor, haciendo a otros lo mismo que a cada quien le gustaría recibir en idénticas condiciones; por supuesto, los valores éticos-morales de la persona fortalecen el efecto rector de la vergüenza o el sentido del honor; por lo cual, la convicción de lo justo, lo recto, lo adecuado, en cada caso, es el mejor camino para mantener intacto el propio honor y una elevada auto-estima, modeladora de los grandes destinos humanos y universales.


La vergüenza es una manifestación activa de la prudencia y constituye un freno para mantenerse dentro de los límites de la adecuada dignidad personal. A la vez, es sanción, o castigo, para el infractor o la infractora, al exponerle los propios actos a la “recta indignación” o “némesis” de la sociedad decente, con efectos de repudio y excluyentes, tanto a nivel comercial, profesional o personal.


Que nadie pueda recriminar su conducta es el sincero anhelo de la persona con elevado sentido del honor o probidad; es el sentir de quien, dando cabida al poder positivo y moralizante de la vergüenza, con rectitud y definida conciencia ética, se mantiene dentro de los límites de lo justo, de lo ecuánime, verdadero, sincero y objetivo.




-II-




Cuando las circunstancias, exentas de la propia intención, generan resultados de los cuales se es responsable, la persona con rectitud de conciencia simplemente asume los hechos y responde de los mismos, en forma inmediata, única manera de evitar la recriminación de la “aídos” y de la “némesis”, es decir, el reproche propio o ajeno.


La vergüenza, como efecto moderador, es conductora del orden perfecto; indica, a cada quien, cual es el lugar adecuado que le corresponde. A la persona con meritos se le permite ubicarse y permanecer en el nivel acorde a su dignidad y suma existencial.


La vergüenza, en su polaridad positiva, tiene en sí misma un poder de atracción y otro de repulsión. El primero, atrae lo elevado, lo bueno, lo justo, lo armónico, etcétera, imponiendo un impulso auto-motivador para su manifestación tangible. El segundo, repele todo lo que expresa un valor negativo, -o anti-valor-. Es la fuerza rectora a través de la cual, silenciosamente, actúa –coercitiva y coactivamente-, el universo.


El acto indebido genera, en la conciencia, lo que en la antigüedad se denominaba “la mala conciencia” –que atormenta más que el mismo “infierno simbólico”, éste se refiere a penas futuras de incierta aplicación; mientras que la vida actúa aquí y ahora y el infierno o paraíso, cada quien lo experimenta instantáneamente, -y perdurablemente-, en el espacio y tiempo, de acuerdo a la magnitud de los hechos; positivos o no.


La vergüenza de algunos actos atormenta el espíritu, el alma y el cuerpo; lleva, a la persona, una vez efectuada la compensación, a no volver a incurrir en hechos cargados de anti-valores, para evitar la experimentación de la pena silenciosa que inflige la vida, a través de la auto-vergüenza, -amén de la pública, que desacredita-, que le recrimina constante e inflexiblemente, hasta crearle conciencia del acto justo, a partir de cuyo momento vuelve la paz interna –verdadero tesoro-.


Solicitar el perdón cósmico, da, a cada persona, la oportunidad de reparar lo debido, reestableciendo el equilibrio y haciendo cesar la “recta indignación” colectiva y cósmica.


El infractor, en cualquiera de sus múltiples e infinitos grados, experimenta, enseguida, el efecto “coactivo” del cósmico y, por todos los canales adecuados, el justo efecto sancionador o pena, correctivo de la conducta, y a la vez, reeducativo y compensador, ya que todo se paga, con sus respectivos intereses cósmicos.


Nadie escapa, y es ahí porque en la antigüedad se hablaba de lo sabio de tener el temor de Dios –el de infringir sus leyes-, por cuanto, “el ojo que todo lo ve”, controla la totalidad del cosmos, lo premia todo y, a la vez, solicita el pago respectivo, que será efectuado, sin excepción, en el aquí y ahora.


Séneca –gran filósofo estoico- en su Epístola Moral a Lucilo, (40,13), le dice: -“Tanto más, en efecto, trata de apartarte de este vicio cuanto que a ti te será posible contraer tal lacra, a no ser que supere la vergüenza”, Se denota la conciencia que tenía Séneca, de la vergüenza, como barrera antepuesta al mal en general; es decir, un medio preventivo de la naturaleza indicando el peligro; una señal inequívoca de lo que debe ser evitado.


Séneca, vuelve a afirmar con más énfasis: -“No es posible, lo repetiré, que contraigas este vicio sin perder la vergüenza”.


Agustín de Hipona percibe otro aspecto interesante de la vergüenza, cuando expresa: -“….Todo porque nos avergonzamos de abstenernos cuando otros nos incitan a participar”.


Es la vergüenza, en su polaridad negativa, -de los menos fuertes de carácter, cuando son incitados a realizar actos pocos dignos-, modalidad que se precisa controlar fortaleciendo la auto-estima y afirmando la personalidad con las prácticas de las virtudes y el desarrollo de la visión de los valores universales.


Se requiere evitar los actos “indebidos” y contrarios a la propia voluntad, lo cual, generalmente, ocurre por la vergüenza frente a compañeros (as) o amigos (as) que, en la euforia del grupo, se animan y contagian para la realización de conductas, de las cuales, acto seguido, se amerita el reproche ajeno o el propio arrepentimiento. Este aspecto negativo de la vergüenza va desde el hecho de usar productos de marca; la de fumar sin desearlo, o, ingerir licor, en una reunión de negocios, cuando lo que se quiere es tomar un zumo de frutas, hasta la realización de hechos pocos positivos; igualmente se expresa en el temor de “lo que dirán”, cuando se trata de emprender una acción original, diferente, o asumir una línea de pensamiento distinta a la mayoría que, en las personalidades definidas, y auténticas, la conciencia de lo positivo -e importancia de los propios actos-, constituye móvil suficiente para emprender la tarea, sin importar los obstáculos a vencer, y, al final, el triunfo es seguro.


Es preciso superar a “toda costa” ese temor “del que dirán”, expresión negativa de la vergüenza y afirmar la positividad de la misma, haciendo todo lo que se teme hacer.


Mientras los propios actos no perjudiquen a nadie, no se debe sentir vergüenza por nada.


Es conveniente, también, controlar ese afán de búsqueda de reconocimiento ajeno, debiendo bastar, en las mayorías de los casos, el sentimiento de la propia importancia y valía.


Cada quien, siempre, es mejor de lo que se cree. La persona honrada, en cualquier posición en que se encuentra, -y, mientras más elevada mejor-, por cuanto precisa demostrar menos, siempre preferirá el perfil más modesto, en base al recto proceder, que cualesquiera otra forma que deje de ajustarse a tal patrón ético-moral.


Más vale la escoba honrada del barredor que la pluma de oro usada incorrectamente; es más valiosa comida modesta en casa con techo de paja, propia, que suntuosos majares en mansión lujosa ajena, -decía Salomón.


Es necesario afirmar, cada día más y mejor, en la conciencia, la visión de los valores positivos universales del amor, la sabiduría y/o prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, el orden, la igualdad, la compensación, el respeto mutuo, la tolerancia, la fraternidad, la cooperación recíproca, etcétera, haciendo que los propios se ajusten, -y guíen-, por sus elevados principios direccionales, de rectitud absoluta, rehuyendo aquéllos que pudieran representar anti-valores respectivos.


Abriendo la mente a la luz de la visión de los valores universales, meditando en los efectos positivos de su aplicación y practicando asiduamente la ética cósmica, se afirma, cada vez más, una vida llena de auténtica riqueza y abundancia, optimizando el sentido del honor, que no es otra cosa que la guía positiva, y divina, del sentido de la vergüenza, maestro y rector de la vida.


La vergüenza canaliza el sentimiento del pundonor que mueve a la persona al resguardo de su honra, prestigio y crédito personal por medio de la práctica de todas las virtudes.


Adelante.

EL ENCUENTRO EN LA VICTORIA



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UN ENCUENTRO EN LA VICTORIA

Autor: ©Giuseppe Isgró C.

Del libro: La Victoria

Capítulo I

Me encontraba un día, en una fuente de aguas tranquilas, cristalinas, cuando se me acercó un Venerable hombre, vestido a la antigua usanza, con bata blanca, larga, pelo y barba que alguna vez fueron de color pelirrojo y un báculo en la mano derecha.

Concentró sus ojos en los míos; su mirada era profunda, serena y apacible.

Con voz suave y afectiva, me dijo:

-“Hola, hijo, como estás”-.

–Bien, -le contesté-; y, ¿usted?

–Por aquí andamos; -fue su respuesta-, mientras me sonreía.

-¿Dónde estamos?, -le pregunté al Venerable hombre-.

-Este sitio es conocido como La Victoria; -me contestó-. –¿Qué haces por estos lados?

-Salí esta mañana, temprano, con el coche, a dar un paseo; luego, al llegar a esta zona, me paré a contemplar la belleza de los araguaneyes y decidí caminar un poco y la verdad que, absorto en mis reflexiones, caminé por lo menos durante dos horas, hasta llegar aquí. Desconocía este hermoso lugar. Y, usted, -¿vive por aquí cerca? -le pregunté-.

Un poco más arriba, en esa colina boscosa. Hace algunos años, -relata el Venerable hombre- decidí retirarme de la agitada vida ejecutiva en que me desenvolvía profesionalmente, como abogado, en la ciudad de Quebec, Canadá, aunque he viajado por diversos países asesorando a incontables líderes. Construí la casa, en esta zona tropical, con la idea de pasar aquí los meses de invierno. Me dedico al estudio de la vida, a la meditación y a cultivar mi jardín y de vez en cuando, a escribir mis reflexiones, las cuales, algún día, habrán de ser publicadas para esparcir un poco la luz que he podido vislumbrar en mis estudios metafísicos-espirituales.

-¿Quieres tomar un café? –Me preguntó el Venerable hombre-. Lo he traído de Caripe El Guácharo; es de los más exquisitos que he probado.

-Sí, con gusto se lo acepto; -le contesté-.

Nos fuimos caminando por un sendero rodeado de árboles cargados de mangos, aguacates, naranjas y una hilera de cayenas de diversos colores. A lo lejos, el ruido de la brisa se oía apaciblemente. Todo era quietud, armonía y paz. Pero, sobre todo, lo que más me impresionaba era la apacibilidad y el sosiego del Venerable hombre de La Victoria. Emanaba de él un flujo de fuerza que, en su presencia, me sentía con un poder y una seguridad nunca antes experimentados. Fuerzas bienhechoras se iban apoderando de mí y aquella paz y relax que buscaba en la mañana, al salir a dar un paseo, sin percatarme de ello, las estaba experimentando ya.

Después de unos quince minutos de caminar, llegamos a la casa del Venerable hombre. Su aspecto exterior humilde estaba lejos de dejar entrever lo que segundos después habría de asombrarme con lo que encontré en el interior.

Al entrar, en la casa, una joven de unos veinte años saludó al Venerable hombre.

-¡Hola, abuelo!, ¿cómo estás?

–Bien, hija, -contestó el Venerable hombre-. -Prepara un poco de café, Lucía, mientras conversamos un poco, adentro.

-Por cierto, te presento a Santiago, quien ha llegado paseando hasta La Victoria.

Después de la presentación, entramos en la biblioteca del Venerable hombre. Un salón grande, lleno de estantes de libros por todas partes, lo cual hacía inimaginable dicho cuadro desde el exterior. Algunos cuadros al óleo de morichales y de personajes históricos, presentaban un ambiente acogedor. En un rincón se encontraban diversos retratos de Tagore, Gandhi, Cicerón, Séneca, Ibn Arabi y un dibujo de Don Quijote y Sancho Panza. En un pequeño cuadro, podía leerse: -“Lo que Alá quiera. Nada se le asemeja”-.

-Le felicito por este inmenso tesoro que usted tiene aquí, -le dije al Venerable hombre-. -¿Cuáles son los temas de su interés?

A lo cual, me contestó: -Como usted puede ver, Santiago, -y me invitó a recorrer los estantes- aquí hay libros de variados temas: clásicos de todos los países y épocas, desde los Vedas, los Upanishads, el Mahabaratha, los libros de Confucio, El Tao te King, de Lao Tse, el Poema de Gilgamesh, el Código de Amurabí, autores griegos, como Homero y Hesiodo. Se encuentran las obras completas de Euclides, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Demetrio de Falereo, de los Presocráticos, Epicteto, Plutarco, etcétera; de los latinos, autores como Séneca, Cicerón, -que son mis preferidos-, Julio César, Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Marco Aurelio, así como libros de Psicología, Gerencia, Sufismo, Yoga, ensayos, filosofía, parapsicología, hermetismo, El Quijote, libros de economía, filosofía, etcétera, en fin, un poco de todo lo que es preciso conocer para poder entender el significado de la vida: de dónde venimos, por qué estamos aquí y hacía dónde vamos, sin lo cual, la vida no tendría sentido, sobre todo por el gran afán a que está sometido el ser humano en la agitada vida moderna.

Nos sentamos en sendas butacas y nos entretuvimos conversando de temas diversos. Al poco rato, entró Lucía con dos tazas de oloroso café y unos biscochos, que degustamos con agrado en una amena e interesante conversación. Al fondo, podía oírse una suave música de Beethoven.

Pasamos cerca de una hora conversando de sobre la Atlántida, Egipto, los griegos, de Homero, de los sufíes, del budismo zen, los poderes del espíritu, meditación, etcétera, después de lo cual, le hice una pregunta directa.

-Seguramente, usted ha desarrollado alguna técnica de meditación y algún método de resolución de situaciones, en la vida, que me quisiera explicar, ya que, según observo, para tener usted una serenidad tan acentuada y una fortaleza física a la edad que imagino que usted debe tener, -cerca de noventa años- es porque ha encontrado en su larga experiencia algún secreto que quizás quisiera compartir conmigo.

Santiago, -me dijo el Venerable hombre, si vuelves a visitarme otro día, quizá te cuente algo que te pueda servir. Empero, antes de que te vayas, te haré entrega de unos apuntes que hace ya muchos años, en una época en que yo andaba a la búsqueda de sosiego y tratando de encontrarle sentido a la vida, un Venerable hombre que, en una edad similar a la mía, a su vez me entregara y cuya práctica asidua me permitió domar la mente, encarrilar mi vida y poner bajo control los hilos del destino. Son veintidós manuscritos, y una meditación diaria, –continuó diciendo el Venerable hombre, que si bien son ya un poco antiguos, podrás copiarlos de nuevo y si pones en práctica las técnicas que contienen, darás a tu vida un esplendor que habrá de sorprenderte agradablemente.

-Una vez que los hayas probado con total y absoluta satisfacción de tu parte, -me dijo, ponlos en limpio, en forma de libro y publícalo para que su mensaje llegue a mayor número de personas. Hacía tiempo que esperaba a alguien a quien confiarle este legado y creo que hoy, al llegar aquí, en la forma en que lo has hecho, tus pasos han sido dirigidos por Aquel que todo lo sabe y puede, por la Ley Cósmica, y en cuyos planes universales, todos somos sus instrumentos.

Me despedí del Venerable hombre y de su adorable nieta, sintiendo dentro de mí fuerzas desconocidas hasta entonces que preanunciaban grandes cambios en mi vida.

En los días siguientes, aparté una hora diaria, antes de dormirme, y leí y releí, todos los manuscritos, de la siguiente manera: En primer lugar copié la Meditación diaria en un cuaderno, el cual leí durante veintidós noches y mañanas seguidas, tal como lo indicaban las instrucciones de la misma.

Una nota al pie de página mencionaba que si yo la transcribía en un cuaderno, el hecho de hacerlo, grabaría en mi ordenador mental las instrucciones y me sería más fácil desarrollar, en mi personalidad, las cualidades y condiciones que formaban parte de los objetivos implícitos en la misma.

De los veintidós manuscritos, cada lunes, a las once en punto de la noche, copiaba uno en el cuaderno, y durante el resto de la semana, a la misma hora, lo leía y meditaba, siguiendo las fáciles y efectivas técnicas e indicaciones al inicio del mismo.

Cuatro semanas después de leer durante veintidós días seguidos, en la noche y en la mañana, la meditación diaria, comenzaron a manifestarse en mi vida una serie de cambios positivos que me dejaban asombrado a mi mismo, pero, también, los miembros de mi familia y a mis amistades; sobre todo mi semblante comenzó a ser más apacible; volví a sonreír desde el interior; mi estado anímico era de contento; me sentía más seguro de mi mismo; comencé a confiar más en la gente, en la vida y a vislumbrar el sentido de mi misión en la vida –percibía cosas que antes me pasaban desapercibidas, a pesar de haber estado siempre allí. Sentía fluir en mí una nueva corriente vivificadora de prosperidad, de felicidad, de alegría de vivir. Mi entusiasmo y amor por la vida y por mi familia, por mi trabajo y por las personas, crecía día a día. En aproximadamente dos meses había logrado muchas de las cosas en las cuales había soñado desde hacía años. Había dado un paso sorprendente en el camino de la autorrealización.

Efectivamente, pude comprobar que me fue relativamente muy fácil desarrollar las aptitudes y actitudes a nivel físico, mental, emocional, espiritual y en diversos aspectos de mi vida, como el financiero, que comenzó a mejorar casi inmediatamente, así como, surgieron nuevas oportunidades que comencé a aprovechar, casi sin esfuerzo de mi parte.

Transcurría el año de 1967 y mi vida había encontrado un sendero que habría de conducirme a cooperar en forma más efectiva en el plan divino que el Supremo Hacedor, en algún momento, había diseñado para mí.

Tres meses después volví a aquel lugar donde había encontrado al Venerable hombre de La Victoria y allí estaba la fuente que él dijo llamarse La Victoria; empero, cuando traté de encontrar el camino para llegar a la casa donde amablemente me ofreció un delicioso café, preparado por su nieta Lucía, no logré encontrarlo, pese a haber recorrido durante un par de horas por los alrededores. Pregunté a varias personas para ver si podían indicarme como llegar a la casa del Venerable hombre y cual fue mi sorpresa, nadie lo conocía.

Empero, después de tanto buscar, volví a encontrar la casa donde vivía el Venerable hombre de La Victoria, pero se encontraba abandonada. Su aspecto indicaba que debía encontrarse en ese estado un lapso mayor del que mediaba con el encuentro de aquel ser extraordinario. Es sorprendente como los inmuebles solos acusan el paso del tiempo en mayor grado que los que son habitados. Si no fuera por los manuscritos pensaría que el encuentro no fue más que un simple sueño. -¿O se trata, acaso de un sueño combinado con un fenómeno de aporte? Personalmente, no lo creo. El encuentro fue muy vívido y real. El aromático café servido por Lucía estaba exquisito. Durante varios años volví al lugar varias veces, la casa seguía sola. La última vez que volví, no la pude ubicar y sin tener tiempo suficiente para seguir buscándola, me fui. Ahora, vivo muy lejos de aquella zona, en otro continente; han transcurrido muchos años y después de tanto tiempo es poco probable que vuelva allí; pero, los manuscritos y la meditación diaria obran en mi poder, me han transformado y han enriquecido mi vida.

Durante más de treinta y cinco años he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen los manuscritos y la meditación diaria y cada vez que los pongo en práctica, experimentos los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para mí.

Su contenido es eminentemente práctico; no hay teorías superfluas. Si lleva a cabo los ejercicios que contienen, es probable que, gradualmente, se vaya efectuando la transmutación alquímica de su ser sintonizándose con los elevados resultados existenciales, los cuales, por añadidura, al ser creados a nivel mental, se van manifestando en su propia vida, oportunamente.

Sobre todo, con estos ejercicios, me percaté, cuando el Venerable hombre me entregó los manuscritos, de que se dispone de un método para domar la mente y ejercer un pleno dominio sobre la vida en general y, por ende, sobre el destino y controlar, cuando eventualmente se presenten, todas las situaciones, manteniendo un perfecto equilibrio físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

El Venerable hombre de La Victoria me comentaba que todo se puede lograr en la vida si se siembra la respectiva semilla por medio de correctas decisiones acordes con la propia y elevada auto-estima y dignidad personal, desarrollando el convencimiento de que sí se puede hacer, por medio de las afirmaciones, las visualizaciones y meditaciones, la experimentación de un estado emocional acorde al momento de ser logrados los respectivos resultados y la practica del desapego, es decir, dejar encargada a la mente psiconsciente del logro, y además, se espera el tiempo necesario haciendo, mientras tanto, todo lo que se requiere, según el caso o los objetivos por alcanzar.

Estas técnicas funcionan, me decía una y otra vez el Venerable hombre de La Victoria; luego, agregaba: -las he probado por más de cincuenta años y quien, a su vez me las entregó, habría hecho otro tanto, aseverando que eran efectivas, si yo seguía fielmente las instrucciones y las ponía en práctica con expectativas positivas.

Desde que en 1967, el Venerable hombre me hiciera entrega de los manuscritos, han transcurrido un poco más de de treinta y cinco años, durante los cuales yo también he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen, y cada vez que me ejercito con ellos, experimento los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para todos los que hemos aplicado las enseñanzas del Venerable hombre de La Victoria.

Él me repetía constantemente: -“¡Tú puedes si crees que puedes hacerlo! ¡Hazlo y tendrás el poder!

Recuerdo que ese día el Venerable hombre me dijo: -ejercer el poder con que la naturaleza de las cosas ha dotado a cada ser, cultivando los dones inherentes y aprendiendo todo lo que se pueda de sí y del vasto universo del que se forma parte, es una manera efectiva de ser cada día más feliz. Luego, cuando me despedí de él, expresó: -“¡Que cada día brille más y mejor tu luz interior!”.- Adelante.

Capítulo 2

Meditación diaria

Es lunes en la noche, son las once en punto.

Me dispongo a copiar textualmente, en el cuaderno que he dispuesto para ello, el manuscrito identificado con el título:

Meditación diaria

Dice así:

Afirme, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desee, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubra cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en su vida:

MEDITACIÓN DIARIA

Afirma, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desees, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubre cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en tu vida. Al encender la luz en la mente se ilumina la propia existencia y todo en derredor vibra al unísono y con el mismo sentimiento de felicidad y bienestar, interrelacionándose por la ley de afinidad.

1. -Entro en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, contando de tres a uno: Tres, dos, uno.

Ø Ahora, estoy ya en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre.

Ø Voy a permanecer en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, durante quince minutos y voy a programar los siguientes efectos positivos, los cuales perduran, cada vez mejor, hasta que vuelva a realizar este acceso y programación mental:

Ø Todo va bien, siempre, en todos los aspectos de mi vida, cada día mejor. (Tres veces). –Imagínalo-.

Ø Todo va bien en mi trabajo; cada día logro mejores niveles de efectividad, prosperidad, riqueza, abundancia y bienestar. (Imagínalo).

2. Formo una unidad cósmica perfecta con el Creador Universal, -ELOÍ. (Diez veces, con los ojos cerrados). Hoy se expresa en mí la Perfección universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión en todos los aspectos de mi vida.

3. -Cada día, en todas formas y condiciones, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y mejor. La consciencia de mi conexión permanente e indisoluble con el Creador Universal, -ELOÍ-, restablece y mantiene en mí, diariamente, durante las veinticuatro horas del día, un perfecto estado de salud a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Creador Universal, por darme un cuerpo perfecto, saludable, lleno de energía. Aquí y ahora, me siento en perfecto equilibrio de salud, a nivel físico, mental, emocional y espiritual.

4. Afronto y resuelvo bien toda situación que me compete, siempre.

5. Todo tiene solución, en todas las situaciones de mi vida.

6. El Creador Universal, -ELOÍ-, es en mí, cada día mejor, en todos los aspectos de mi vida, fuente de amor, luz, sabiduría, éxito, riqueza, prosperidad, abundancia y armonía.

7. Permito que las leyes universales de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión actúen bien en el plan de mi vida.

8. Tengo prosperidad y poder. Cada día enriquezco mejor mi vida a través del servicio efectivo, del amor y de la práctica de todas las virtudes.

9. Mi dignidad personal me lleva a realizar las cosas que me competen con la máxima perfección posible.

10. Cada día, en todas formas y condiciones, en todos los aspectos de mi vida, estoy mejor y mejor a nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

11. Actúo con templanza, serenidad, autodominio y perfecto equilibrio en todo. Conservo plena autonomía y control sobre todas mis facultades físicas, mentales, emocionales, intelectuales y espirituales. Hecho está. (Visualizar un escudo protector de luz que te envuelve y protege; -una pirámide-).

12. Tengo fortaleza, valor, confianza y fe suficiente para triunfar y alcanzar todas mis metas, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y en armonía con sus planes cósmicos. Soy inmune e invulnerable a las influencias y sugestiones del medio ambiente y de cualquier persona a nivel físico, mental, emocional y espiritual, en las dimensiones objetivas y subjetivas y en cualesquiera otras en que sea requerido.

13. El orden universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión se establece en mi vida, en todos mis asuntos y en las personas interrelacionadas, aquí y ahora. Hecho está.

14. Asumo la responsabilidad de mis actos y cumplo bien todos mis compromisos, siempre oportunamente, de acuerdo con el orden cósmico.

15. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos da abundancia y armonía en el eterno presente. Vivo en abundancia y en armonía perfectas, aquí, ahora y siempre.

16. El Creador Universal, -ELOÍ-, se está ocupando de todo, en todos los aspectos de mi vida, y se expresa en mí conciencia intuitiva por medio de los sentimientos en correspondencia con los valores universales.

17. Gracias, Creador Universal, -ELOÍ-, por esta vida maravillosa. Que Tu Inteligencia Infinita, Amor, Sabiduría, Justicia, Luz, y Poder Creador guíen, adecuadamente, todas mis decisiones y acciones, ahora y siempre. Gracias, Eloí, por este día maravilloso.

18. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos proteja, aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre. (Tres veces).

19. Siempre espero lo mejor, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y la Ley Cósmica, en armonía con todos.

20. Gracias, Creador Universal; todo va bien en todos los aspectos de mi vida, a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Eloí, todo va bien en mis practicas espirituales y en mi relación Contigo; Tú y yo formamos una unidad perfecta, armónica, aquí y ahora, en el eterno presente. Yo soy Tú, Tú eres yo. Te amo.

21. Voy a realizar –obtener o resolver- (mencionar), antes del: (fecha), de acuerdo al orden divino y en armonía con todos. (Si se trata de varios objetivos, anótelos y haga la afirmación y visualización con cada uno de ellos. Imagínelo concluido satisfactoriamente sin imponer canal alguno de manifestación.)

22. Tengo serenidad y calma imperturbable. Soy impasible frente a todo y a todos. No tengo temor a nada, a nadie ni de nadie en ningún nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero. Dentro de mí vibra la seguridad total. Tengo completa confianza en la vida y en mi propia capacidad de resolver situaciones y alcanzar los resultados satisfactorios que preciso, en cada caso, siempre.

A continuación anoté la fecha: Lunes 12 de agosto de 1967. Luego, tal como me lo indicó el Venerable hombre, anoté la fecha que correspondía veintidós días después: 03 de septiembre de 1967.

Acto seguido, me senté cómodamente, tomé tres respiraciones profundas y realicé la meditación.

Luego, cada noche, durante veintidós días, a las once en punto, me iba a mi cuarto, daba indicaciones de no ser interrumpido durante veinte minutos y realizaba la meditación del día, la cual, siempre complementaba con la lectura breve de uno de los libros de cabecera que siempre suelo tener en mi mesa de noche.

Iba notando, día a día como emergía de mi interior una nueva y desconocida fortaleza, seguridad, estado de ánimo contento, actitud más decidida, optimismo frente a la vida y a las situaciones; comencé a llevarme mejor en las relaciones con las demás personas, a ser más comedido en todo y sobre todo comenzaba a tener conciencia de cosas que antes me solían pasar desapercibidas.

Cabe destacar que, en el punto número veintiuno de la meditación, había anotado siete objetivos que desde hacía tiempo quería realizar y para mi sorpresa, treinta días después de haber terminado de efectuar la meditación del manuscrito número veintidós comencé a observar como, en forma aparentemente casual se iban manifestando la resultados de cada uno de ellos hasta que, algunos meses después, antes de la fechas previstas, los había realizado todos, menos dos, por lo cual, me senté y volví a anotar, en una hoja de mi cuaderno, otros diez objetivos, encabezados por los dos pendientes de la lista anterior, les puse la fecha tope a cada uno, antes de la cual debían ser logrados, para seguir visualizando, su logro, periódicamente.

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sábado, 30 de enero de 2010

LA VERGÜENZA, MAESTRA DE VIDA



LA VERGÜENZA, MAESTRA DE VIDA
Por: Giuseppe Isgró C.

Para los antiguos griegos, la vergüenza equivalía al sentido del honor; la denominaban “aidós” cuando se refería a la expresión de tal sentimiento en sí mismo/a; y “némesis” o “recta indignación” cuando se experimentaba en relación con la conducta ajena.


Alfonso Reyes, uno de los máximos humanistas hispanoamericanos del siglo XX, en su obra Rescoldo de Grecia, hace un sintético e interesante estudio sobre el tema.


Según Reyes, -“hay actos que no se ejecutan sin sentir el reproche interno, y que (las personas) prefieren abstenerse de realizar”. Mientras que, la “némesis”, “surge entre verdaderos testigos del acto que la provocan”. En los casos que nadie los presencie, -“el acto, sin embargo, respira némesis, sólo que no hay pecho que lo reciba”. Luego agrega que, “némesis viene poco a poco a ser el reproche cósmico que nos hostiga en la tierra”.


Demetrio Falereo, -ese gran político, filósofo peripatético, orador y escritor griego del siglo IV a.n.e., -organizador y primer director de la Biblioteca de Alejandría-, expresó: -“Dentro de la casa tened vergüenza de vuestros padres, fuera de ella, de todos cuanto os vean, y en la soledad téngala cada uno de sí mismo”.


Hay una ley divina mediante la cual, el infractor –aún cuando lo sea a nivel de deseo o representación mental- experimenta tanto el efecto coercitivo, como el “correctivo”o sancionador, a la vez, de la vergüenza.


En la primera fase, el efecto coercitivo de la vergüenza se manifiesta como resistencia ético-moral a infringir cualesquiera de las leyes cósmicas o naturales, las de derecho público o privado, así como las normas morales, y las de las buenas costumbres y urbanidad universalmente aceptadas; el elemento tentador que se manifiesta, a nivel mental, exhortando al hecho punible, se encuentra con la barrera o resistencia de la fuerza moral de la vergüenza que experimentaría frente al Gran Ser Supremo, frente a la sociedad y a sí mismo/a, tiene efectos coercitivos –es decir, de freno-, que le impide dar el paso que separa de lo lícito.


La vergüenza ha surtido efecto y la persona conserva la paz y quietud interior, y, sobre todo, la tranquilidad de su conciencia, –severo juez-, cuya voz interior conminatoria, constituye un verdadero verdugo para el infractor.


En la otra fase, en el caso de que, la voz tentadora interna bloqueara el poder coercitivo, es decir, de freno, de la vergüenza, -o sentido del honor-, que indica lo justo, en cada caso, y triunfare, realizando el acto ilícito, modificándose con la conducta respectiva, algún hecho del mundo exterior, o simplemente, una vez aceptada la realización del acto indebido, efectuado a nivel de representación mental –en este último caso de manifestación más sutil a nivel del mundo interior o psíquico del individuo, de la cual, Jesús de Nazareth tenía plena conciencia, al decir que, al desear las cosas ajenas, o la mujer del prójimo, ya se había pecado, entonces, desde el mismo instante de aceptación del hecho objetable, comienza a actuar el poder “coactivo-sancionador” de la vergüenza, a nivel personal y, de la “Némesis”, o reproche cósmico a nivel externo y, por medio de mecanismos cósmicos existentes a tales efectos, de donde menos se piensa, comienzan a surgir las personas, circunstancias o situaciones, además del respectivo reclamo interno de la conciencia, que, por cualquier forma o medio –aún sin aparente relación con el hecho punible, realizado o en vía de serlo-,hace experimentar la vergüenza correctora o sancionadora.


Los demás experimentan indignación hacia el infractor; mientras que éste siente vergüenza, o reproche interno, en forma de arrepentimiento, que lo lleva a enmendar su acción o conducta inadecuada a la norma ético-moral o de derecho, haciendo, en el futuro, más fuerte y resistente el poder coercitivo o, de freno, de la vergüenza, frente a la voz tentadora.


En la persona honrada, el poder de la vergüenza proporciona la fuerza necesaria o estímulo adicional para emplearse a fondo, para cumplir cualquier trato o compromiso adquirido, es decir, efectuar un pago puntualmente; realizar un trabajo bien hecho; observar una conducta idónea en todos los actos de la vida; ser respetuoso y amable; mantener la compostura, positividad y serenidad frente a los sucesos exteriores que le competen; asumir la propia responsabilidad frente a todos y a sí mismo, dando la cara, oportunamente, etc.


El estudiante honesto tiene vergüenza de cosechar triunfos inmerecidos; y la misma fuerza intrínseca de la vergüenza le insta a esforzarse más y mejor, para asimilar conocimientos y así estar preparado para el momento de la evaluación más importante, -no sólo frente a sus examinadores para aprobar determinado grado o curso-, sino frente a la vida, quien le evalúa por los resultados que obtiene; y frente a sí, por cuanto el juez más severo es el propio yo interno, su conciencia, que le indicará, siempre, que aún debe y, puede, dar más de sí, por medio de la insatisfacción personal y el poder coercitivo y el “coactivo cósmico” de la vergüenza, para alcanzar lo óptimo y necesario en cada caso.


La vergüenza es un impulso estimulante para actuar con decoro, respeto y fidelidad, dando valor por valor, haciendo a otros lo mismo que a cada quien le gustaría recibir en idénticas condiciones; por supuesto, los valores éticos-morales de la persona fortalecen el efecto rector de la vergüenza o el sentido del honor; por lo cual, la convicción de lo justo, lo recto, lo adecuado, en cada caso, es el mejor camino para mantener intacto el propio honor y una elevada auto-estima, modeladora de los grandes destinos humanos y universales.


La vergüenza es una manifestación activa de la prudencia y constituye un freno para mantenerse dentro de los límites de la adecuada dignidad personal. A la vez, es sanción, o castigo, para el infractor o la infractora, al exponerle los propios actos a la “recta indignación” o “némesis” de la sociedad decente, con efectos de repudio y excluyentes, tanto a nivel comercial, profesional o personal.


Que nadie pueda recriminar su conducta es el sincero anhelo de la persona con elevado sentido del honor o probidad; es el sentir de quien, dando cabida al poder positivo y moralizante de la vergüenza, con rectitud y definida conciencia ética, se mantiene dentro de los límites de lo justo, de lo ecuánime, verdadero, sincero y objetivo.




-II-




Cuando las circunstancias, exentas de la propia intención, generan resultados de los cuales se es responsable, la persona con rectitud de conciencia simplemente asume los hechos y responde de los mismos, en forma inmediata, única manera de evitar la recriminación de la “aídos” y de la “némesis”, es decir, el reproche propio o ajeno.


La vergüenza, como efecto moderador, es conductora del orden perfecto; indica, a cada quien, cual es el lugar adecuado que le corresponde. A la persona con meritos se le permite ubicarse y permanecer en el nivel acorde a su dignidad y suma existencial.


La vergüenza, en su polaridad positiva, tiene en sí misma un poder de atracción y otro de repulsión. El primero, atrae lo elevado, lo bueno, lo justo, lo armónico, etcétera, imponiendo un impulso auto-motivador para su manifestación tangible. El segundo, repele todo lo que expresa un valor negativo, -o anti-valor-. Es la fuerza rectora a través de la cual, silenciosamente, actúa –coercitiva y coactivamente-, el universo.


El acto indebido genera, en la conciencia, lo que en la antigüedad se denominaba “la mala conciencia” –que atormenta más que el mismo “infierno simbólico”, éste se refiere a penas futuras de incierta aplicación; mientras que la vida actúa aquí y ahora y el infierno o paraíso, cada quien lo experimenta instantáneamente, -y perdurablemente-, en el espacio y tiempo, de acuerdo a la magnitud de los hechos; positivos o no.


La vergüenza de algunos actos atormenta el espíritu, el alma y el cuerpo; lleva, a la persona, una vez efectuada la compensación, a no volver a incurrir en hechos cargados de anti-valores, para evitar la experimentación de la pena silenciosa que inflige la vida, a través de la auto-vergüenza, -amén de la pública, que desacredita-, que le recrimina constante e inflexiblemente, hasta crearle conciencia del acto justo, a partir de cuyo momento vuelve la paz interna –verdadero tesoro-.


Solicitar el perdón cósmico, da, a cada persona, la oportunidad de reparar lo debido, reestableciendo el equilibrio y haciendo cesar la “recta indignación” colectiva y cósmica.


El infractor, en cualquiera de sus múltiples e infinitos grados, experimenta, enseguida, el efecto “coactivo” del cósmico y, por todos los canales adecuados, el justo efecto sancionador o pena, correctivo de la conducta, y a la vez, reeducativo y compensador, ya que todo se paga, con sus respectivos intereses cósmicos.


Nadie escapa, y es ahí porque en la antigüedad se hablaba de lo sabio de tener el temor de Dios –el de infringir sus leyes-, por cuanto, “el ojo que todo lo ve”, controla la totalidad del cosmos, lo premia todo y, a la vez, solicita el pago respectivo, que será efectuado, sin excepción, en el aquí y ahora.


Séneca –gran filósofo estoico- en su Epístola Moral a Lucilo, (40,13), le dice: -“Tanto más, en efecto, trata de apartarte de este vicio cuanto que a ti te será posible contraer tal lacra, a no ser que supere la vergüenza”, Se denota la conciencia que tenía Séneca, de la vergüenza, como barrera antepuesta al mal en general; es decir, un medio preventivo de la naturaleza indicando el peligro; una señal inequívoca de lo que debe ser evitado.


Séneca, vuelve a afirmar con más énfasis: -“No es posible, lo repetiré, que contraigas este vicio sin perder la vergüenza”.


Agustín de Hipona percibe otro aspecto interesante de la vergüenza, cuando expresa: -“….Todo porque nos avergonzamos de abstenernos cuando otros nos incitan a participar”.


Es la vergüenza, en su polaridad negativa, -de los menos fuertes de carácter, cuando son incitados a realizar actos pocos dignos-, modalidad que se precisa controlar fortaleciendo la auto-estima y afirmando la personalidad con las prácticas de las virtudes y el desarrollo de la visión de los valores universales.


Se requiere evitar los actos “indebidos” y contrarios a la propia voluntad, lo cual, generalmente, ocurre por la vergüenza frente a compañeros (as) o amigos (as) que, en la euforia del grupo, se animan y contagian para la realización de conductas, de las cuales, acto seguido, se amerita el reproche ajeno o el propio arrepentimiento. Este aspecto negativo de la vergüenza va desde el hecho de usar productos de marca; la de fumar sin desearlo, o, ingerir licor, en una reunión de negocios, cuando lo que se quiere es tomar un zumo de frutas, hasta la realización de hechos pocos positivos; igualmente se expresa en el temor de “lo que dirán”, cuando se trata de emprender una acción original, diferente, o asumir una línea de pensamiento distinta a la mayoría que, en las personalidades definidas, y auténticas, la conciencia de lo positivo -e importancia de los propios actos-, constituye móvil suficiente para emprender la tarea, sin importar los obstáculos a vencer, y, al final, el triunfo es seguro.


Es preciso superar a “toda costa” ese temor “del que dirán”, expresión negativa de la vergüenza y afirmar la positividad de la misma, haciendo todo lo que se teme hacer.


Mientras los propios actos no perjudiquen a nadie, no se debe sentir vergüenza por nada.


Es conveniente, también, controlar ese afán de búsqueda de reconocimiento ajeno, debiendo bastar, en las mayorías de los casos, el sentimiento de la propia importancia y valía.


Cada quien, siempre, es mejor de lo que se cree. La persona honrada, en cualquier posición en que se encuentra, -y, mientras más elevada mejor-, por cuanto precisa demostrar menos, siempre preferirá el perfil más modesto, en base al recto proceder, que cualesquiera otra forma que deje de ajustarse a tal patrón ético-moral.


Más vale la escoba honrada del barredor que la pluma de oro usada incorrectamente; es más valiosa comida modesta en casa con techo de paja, propia, que suntuosos majares en mansión lujosa ajena, -decía Salomón.


Es necesario afirmar, cada día más y mejor, en la conciencia, la visión de los valores positivos universales del amor, la sabiduría y/o prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, el orden, la igualdad, la compensación, el respeto mutuo, la tolerancia, la fraternidad, la cooperación recíproca, etcétera, haciendo que los propios se ajusten, -y guíen-, por sus elevados principios direccionales, de rectitud absoluta, rehuyendo aquéllos que pudieran representar anti-valores respectivos.


Abriendo la mente a la luz de la visión de los valores universales, meditando en los efectos positivos de su aplicación y practicando asiduamente la ética cósmica, se afirma, cada vez más, una vida llena de auténtica riqueza y abundancia, optimizando el sentido del honor, que no es otra cosa que la guía positiva, y divina, del sentido de la vergüenza, maestro y rector de la vida.


La vergüenza canaliza el sentimiento del pundonor que mueve a la persona al resguardo de su honra, prestigio y crédito personal por medio de la práctica de todas las virtudes.


Adelante.