lunes, 30 de julio de 2012

DON QUIJOTE DE LA MANCHA 1



DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Autor: Miguel de Cervantes y Saavedra
Versión modernizada: Giuseppe Isgró C.

Capítulo I

1

DE LA CONDICIÓN Y DE LAS ACTIVIDADES DEL RENOMBRADO HIDALGO LLAMADO DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

Vivía, no hace mucho, en un lugar de la Mancha, del que no deseo recordar su nombre, un hidalgo de aquellos que tienen lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y perro cazador. Él consumía las tres cuarta parte de renta para comer más bien buey que carnero, carne en salsa las más de las noches, el sábado trozos de cordero mal encontrados, lentejas los viernes, con la añadidura de algún palomino los domingos. Utilizaba el resto para ornamentarse en los días de fiesta con un sayo de selecto paño de lana, calzones de velludo y pantuflas de igual tejido; y en el resto de la semana se hacía el gracioso llevando un vestido de la más fina tela. Un ama de más de cuarenta años, y una sobrina que aún no había cumplido los veinte, convivían con él, y además, un mozo de ciudad y campo, que sabía muy bien ensillar el caballo y podar la viña.


Rondaba los cincuenta años; era de complexión fuerte, recio, seco de carnes, enjuto de rostro; levantábase muy temprano, y era amigo de la cacería.
Algunos señalan que llevaba por sobrenombre Quijada o Quesada, y en esto existe discordancia entre los autores que trataron sobre sus hazañas: pero por verosímiles conjeturas se puede suponer que fuese denominado Quejana; lo cual, para nuestro propósito es intrascendente. Lo que importa es que la relación de sus gestas no se aparte un punto de la verdad. 


Es preciso, más bien, saber que en los intervalos de tiempo en los cuales se encontraba ocioso (que eran los más del año), se dedicaba a la lectura de los libros de caballería, con tanta predilección y complacencia que descuidó, casi por completo, el ejercicio de la cacería y el gobierno de las cuestiones domésticas: incluso, su curiosidad, habiendo llegado a la manía de  alcanzar la erudición total en tal institución, le indujo a desprenderse de no pocas propiedades con el fin de adquirir, y así leer, libros de caballería. De esta manera llevó a su casa tantos libros como llegaran a sus manos; pero ninguno de estos le pareció tan digno de ser apreciado cuanto aquellos que fueron escritos por el famoso Feliciano de Silva. La nitidez de su prosa y sus artificiosas oraciones les parecían otras tantas perlas, y más cuando se embatía en controversias amorosas, o cartas de desafíos, en muchas de las cuales hallaba escrito: -“La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, rinde sí débil mi razón que con razón me quejo de vuestra hermosura”. Y también cuando leía: -“Los elevados niveles de vuestro Espíritu van divinamente fortaleciéndose con sus influjos, y os hacen merecedora del elogio que justamente viene atribuido a vuestra excelencia”.

Con estos y semejantes razonamientos aquel singular caballero trascendía el normal juicio. Ya no dormía por dedicarse a penetrar en el significado que el mismo Aristóteles jamás habría podido descifrar, si a tal único objeto hubiese regresado entre los encarnados. No le iba muy bien con los efectos, dados o recibidos por don Belianís, pensando que, no obstante a haber sido curado por insignes médicos, las huellas habríanse reflejado, aún, en su cara. Empero, alababa enormemente al autor por cuanto concluía su libro con la promesa de aquella interminable aventura. Fue estimulado, gran número de veces, por el deseo de tomar la pluma para cumplir aquella promesa; y sin duda lo habría hecho alcanzando el objetivo inspirado por su modelo, si no le hubiesen distraído más importantes e incesantes percepciones. Entró en debate, muchas veces, con el líder espiritual de su pueblo, (que era un hombre de cultura clásica y doctorado en Sigüenza), sobre quién había sido mejor caballero: si Palmerín de Inglaterra, o Amadís de Gaula. Pero, por otra parte, maese Nicolás, barbero del pueblo, era de la opinión de que ninguno de los dos podía contender con el Caballero del Febo, y de que si alguno se le podía comparar era Don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, quien era capaz de triunfar en las más arduas empresas; que no era un melindroso llorón como su hermano, y que, en cuanto a valentía, se le igualaba. 

 En esencia, aquella intensa lectura le entusiasmó de tal manera que no distinguía más la noche del día, ni el día de la noche; de manera que de tanto leer y poco dormir se le exaltó el juicio más allá de la normalidad. Su imaginación comenzó a fantasear con todo lo que leía, y vislumbraba encantamientos, contiendas, batallas, desafíos, requiebros, amores, afanes y acontecimientos imposibles: y a tal exceso aconteció la transmutación de la fantasía, que ninguna historia del mundo le parecía más verdadera de aquellas ideadas invenciones que iba leyendo. Sostenía él que el Cid Ruy Díaz había sido un valiente caballero, pero que debía ceder la palma al otro de la ardiente espada, quien de un solo tajo había partido en dos a dos feroces y desmesurados gigantes. Más le gustaba Bernardo del Carpio por haber enviado a mejor vida, en Roncesvalles, a Roldán, el encantado, valiéndose de de la ayuda de Hércules cuando entre sus brazos despachó a Anteo, el hijo de la Tierra. Alababa al gigante Morgante, porque descendiendo él de esta gigantea generación, en su mayoría soberbios y desconfiados, sólo él se manifestaba afable y muy bien educado.


Pero, por encima de cualquier otro, le otorgaba preferencia a Reinaldo de Montalbán, y de manera especial cuando le veía salir de su castillo, y tomar posesión de todo cuanto le era posible, sustrayendo, en ultramar, aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según refiere su historia. Habría él sacrificado a su ama, y además, también a su sobrina, por el anhelo que tenía de darle una serie de patadas al poco fiable Galalón. En fin, trascendido totalmente el consciente juicio, se redujo al más extraño pensamiento que se haya jamás generado en el mundo. Le pareció conveniente y necesario para la exaltación del propio honor y para el servicio de su Nación, hacerse caballero andante, y con las propias armas y caballo, recorrer todo el mundo buscando aventuras, para ocuparse de los ejercicios de los cuales se había compenetrado con sus lecturas. El reparar cualesquiera clases de entuertos, y el exponerse a sí mismo a todo tipo de riesgos para conducirse a gloriosa meta, debían inmortalizar, fastuosamente, su nombre. Se figuraba, aquel singular hombre, ser coronado por el gobernante de Trapisonda en mérito del valor de su brazo. Inmerso en tales emocionantes pensamientos, y elevado al éxtasis de la extraordinaria satisfacción que experimentaba, se dio con la mayor prisa en pasar a la acción fecunda. Se aplicó, en primer lugar, en pulir algunas armas que habían usado sus bisabuelos, y que cubiertas de óxido yacían olvidadas en un rincón. Las repulió y las puso en condiciones lo mejor que pudo, después de lo cual se percató de que en ellas había una esencial falta. Y es que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; pero esto fue suplido por su habilidad, haciendo de cartón una media celada, que unida al morrión tomó la apariencia de celada entera. Él, en verdad, para probar su solidez extrajo la espada y le dio dos golpes, con el primero de los cuales, en un instante destruyó el trabajo de una semana. Tampoco le agradó la facilidad con que se rompió en pedazos. Pero con la intención de que no volviese a ocurrir lo mismo, la rehízo consolidándola interiormente con unas barras de hierro, y quedó de tal manera satisfecho de su fortaleza que, sin someterla a nueva prueba, la tuvo por celada con visera de finísimo encaje.
Fue, luego, a visitar su rocín, que no tenía más cuartos que un real, y más aquejado que el caballo de Gonela, — che tantum pellis et ossa fuit — le pareció que no se les igualaban ni el Bucéfalo de Alejandro, ni el Babieca del Cid. Empleó cuatro días en imaginar con cuál nombre debía llamarle, y se decía a sí mismo que no era conveniente que el caballo de un caballero tan célebre no llevase un nombre famoso; e iba, por lo tanto, rumiando para encontrar uno que explicase lo que había sido antes de servir a un caballero andante, y en lo que se iba a transformar. Era muy razonable que, cambiando de estado el dueño, también lo hiciera el nombre del caballo, y le fuese aplicado uno célebre y sonoro. Y, después de haber propuesto, cancelado, quitado, agregado, desechado y vuelto a rehacer, siempre fantaseando, estableció en llamarle Rocinante, nombre, a cuanto le pareció, elevado y lleno de sonoridad, que indicaba que en el pasado había sido rocín, y que ahora estaba por convertirse en el más conspicuo rocín del mundo.

Establecido a su total satisfacción el nombre del caballo, se aplicó fervorosamente a determinar el propio, en el que invirtió otros ocho días, al cabo de los cuales se dio por llamarse Don Quijote. De esto, como ya fue dicho, extrajeron argumentos los autores de esta verdadera historia, que sin duda debía llamarse Quijada, y no Quesada, como otros quisieron denominarle. Pero, recordaba nuestro futuro héroe que el valeroso Amadís no se había limitado en llamarse simplemente Amadís, sino que le había agregado el nombre de su reino y patria, para su mayor celebridad, llamándose Amadís de Gaula. Por esta razón, también él, como buen caballero, agregó al propio el nombre de su patria, y así decidió llamarse Don Quijote de la Mancha, con el que, a su parecer, explicaba más vivamente el linaje y la patria, y le otorgaba honor tomando de ella el sobrenombre.

Estando ya limpias sus armas, hecho del morrión una celada, establecido el nombre del rocín, y conformado el propio, se persuadió que solamente le faltaba una dama a la cual declararle su amor. El caballero andante sin amores es como el árbol sin hojas y privado de fruto; es como el cuerpo sin el Espíritu, y se iba diciendo a sí mismo: -Si por castigo de mis faltas, o por mi buena ventura me encuentro con algún gigante, como de ordinario ocurre a los caballeros andantes, y le derribo en el primer encuentro, o le parto por mitad, y vencido le obligo a rendirse, ¿no será bueno tener a quien enviárselo presentado, que entre y se arrodille frente a mi dulce señora, y con voz humilde y suplicante, diga: -“Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, dominador de la isla Malindrania, vencido en singular combate por el jamás celebrado suficientemente caballero Don Quijote de la Mancha, de quien tuve la orden de presentarme ante vuestra merced, para que su excelencia disponga de mi a su mejor criterio?”-. Oh, cómo se alegró nuestro caballero en cuanto así se hubo expresado! Pero, cuanto más se complació después al haber encontrado a quien elegir en calidad de su dama! –Vivía, en un pueblo cercano al suyo, una joven labradora de bello aspecto, de la cual él desde hacía tiempo estaba enamorado sin que ella lo supiese, ni se hubiese dado cuenta nunca, quien se llamaba: Aldonza Lorenzo. Y ésta le pareció indicada para ser la señora de sus pensamientos. 

Después, buscando un nombre que no discordara mucho del suyo, y que pudiese, en cierto modo, reflejarla como princesa y gran señora, la llamó Dulcinea del Toboso, por cuanto del Toboso, precisamente, era oriunda. Este nombre le pareció armonioso, peregrino y expresivo, a semejanza de aquellos que, entonces, había puesto tanto a sí mismo como a sus cosas. 


EL ENCUENTRO EN LA VICTORIA



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UN ENCUENTRO EN LA VICTORIA

Autor: ©Giuseppe Isgró C.

Del libro: La Victoria

Capítulo I

Me encontraba un día, en una fuente de aguas tranquilas, cristalinas, cuando se me acercó un Venerable hombre, vestido a la antigua usanza, con bata blanca, larga, pelo y barba que alguna vez fueron de color pelirrojo y un báculo en la mano derecha.

Concentró sus ojos en los míos; su mirada era profunda, serena y apacible.

Con voz suave y afectiva, me dijo:

-“Hola, hijo, como estás”-.

–Bien, -le contesté-; y, ¿usted?

–Por aquí andamos; -fue su respuesta-, mientras me sonreía.

-¿Dónde estamos?, -le pregunté al Venerable hombre-.

-Este sitio es conocido como La Victoria; -me contestó-. –¿Qué haces por estos lados?

-Salí esta mañana, temprano, con el coche, a dar un paseo; luego, al llegar a esta zona, me paré a contemplar la belleza de los araguaneyes y decidí caminar un poco y la verdad que, absorto en mis reflexiones, caminé por lo menos durante dos horas, hasta llegar aquí. Desconocía este hermoso lugar. Y, usted, -¿vive por aquí cerca? -le pregunté-.

Un poco más arriba, en esa colina boscosa. Hace algunos años, -relata el Venerable hombre- decidí retirarme de la agitada vida ejecutiva en que me desenvolvía profesionalmente, como abogado, en la ciudad de Quebec, Canadá, aunque he viajado por diversos países asesorando a incontables líderes. Construí la casa, en esta zona tropical, con la idea de pasar aquí los meses de invierno. Me dedico al estudio de la vida, a la meditación y a cultivar mi jardín y de vez en cuando, a escribir mis reflexiones, las cuales, algún día, habrán de ser publicadas para esparcir un poco la luz que he podido vislumbrar en mis estudios metafísicos-espirituales.

-¿Quieres tomar un café? –Me preguntó el Venerable hombre-. Lo he traído de Caripe El Guácharo; es de los más exquisitos que he probado.

-Sí, con gusto se lo acepto; -le contesté-.

Nos fuimos caminando por un sendero rodeado de árboles cargados de mangos, aguacates, naranjas y una hilera de cayenas de diversos colores. A lo lejos, el ruido de la brisa se oía apaciblemente. Todo era quietud, armonía y paz. Pero, sobre todo, lo que más me impresionaba era la apacibilidad y el sosiego del Venerable hombre de La Victoria. Emanaba de él un flujo de fuerza que, en su presencia, me sentía con un poder y una seguridad nunca antes experimentados. Fuerzas bienhechoras se iban apoderando de mí y aquella paz y relax que buscaba en la mañana, al salir a dar un paseo, sin percatarme de ello, las estaba experimentando ya.

Después de unos quince minutos de caminar, llegamos a la casa del Venerable hombre. Su aspecto exterior humilde estaba lejos de dejar entrever lo que segundos después habría de asombrarme con lo que encontré en el interior.

Al entrar, en la casa, una joven de unos veinte años saludó al Venerable hombre.

-¡Hola, abuelo!, ¿cómo estás?

–Bien, hija, -contestó el Venerable hombre-. -Prepara un poco de café, Lucía, mientras conversamos un poco, adentro.

-Por cierto, te presento a Santiago, quien ha llegado paseando hasta La Victoria.

Después de la presentación, entramos en la biblioteca del Venerable hombre. Un salón grande, lleno de estantes de libros por todas partes, lo cual hacía inimaginable dicho cuadro desde el exterior. Algunos cuadros al óleo de morichales y de personajes históricos, presentaban un ambiente acogedor. En un rincón se encontraban diversos retratos de Tagore, Gandhi, Cicerón, Séneca, Ibn Arabi y un dibujo de Don Quijote y Sancho Panza. En un pequeño cuadro, podía leerse: -“Lo que Alá quiera. Nada se le asemeja”-.

-Le felicito por este inmenso tesoro que usted tiene aquí, -le dije al Venerable hombre-. -¿Cuáles son los temas de su interés?

A lo cual, me contestó: -Como usted puede ver, Santiago, -y me invitó a recorrer los estantes- aquí hay libros de variados temas: clásicos de todos los países y épocas, desde los Vedas, los Upanishads, el Mahabaratha, los libros de Confucio, El Tao te King, de Lao Tse, el Poema de Gilgamesh, el Código de Amurabí, autores griegos, como Homero y Hesiodo. Se encuentran las obras completas de Euclides, Platón, Aristóteles, Teofrasto, Demetrio de Falereo, de los Presocráticos, Epicteto, Plutarco, etcétera; de los latinos, autores como Séneca, Cicerón, -que son mis preferidos-, Julio César, Tito Livio, Dionisio de Halicarnaso, Marco Aurelio, así como libros de Psicología, Gerencia, Sufismo, Yoga, ensayos, filosofía, parapsicología, hermetismo, El Quijote, libros de economía, filosofía, etcétera, en fin, un poco de todo lo que es preciso conocer para poder entender el significado de la vida: de dónde venimos, por qué estamos aquí y hacía dónde vamos, sin lo cual, la vida no tendría sentido, sobre todo por el gran afán a que está sometido el ser humano en la agitada vida moderna.

Nos sentamos en sendas butacas y nos entretuvimos conversando de temas diversos. Al poco rato, entró Lucía con dos tazas de oloroso café y unos biscochos, que degustamos con agrado en una amena e interesante conversación. Al fondo, podía oírse una suave música de Beethoven.

Pasamos cerca de una hora conversando de sobre la Atlántida, Egipto, los griegos, de Homero, de los sufíes, del budismo zen, los poderes del espíritu, meditación, etcétera, después de lo cual, le hice una pregunta directa.

-Seguramente, usted ha desarrollado alguna técnica de meditación y algún método de resolución de situaciones, en la vida, que me quisiera explicar, ya que, según observo, para tener usted una serenidad tan acentuada y una fortaleza física a la edad que imagino que usted debe tener, -cerca de noventa años- es porque ha encontrado en su larga experiencia algún secreto que quizás quisiera compartir conmigo.

Santiago, -me dijo el Venerable hombre, si vuelves a visitarme otro día, quizá te cuente algo que te pueda servir. Empero, antes de que te vayas, te haré entrega de unos apuntes que hace ya muchos años, en una época en que yo andaba a la búsqueda de sosiego y tratando de encontrarle sentido a la vida, un Venerable hombre que, en una edad similar a la mía, a su vez me entregara y cuya práctica asidua me permitió domar la mente, encarrilar mi vida y poner bajo control los hilos del destino. Son veintidós manuscritos, y una meditación diaria, –continuó diciendo el Venerable hombre, que si bien son ya un poco antiguos, podrás copiarlos de nuevo y si pones en práctica las técnicas que contienen, darás a tu vida un esplendor que habrá de sorprenderte agradablemente.

-Una vez que los hayas probado con total y absoluta satisfacción de tu parte, -me dijo, ponlos en limpio, en forma de libro y publícalo para que su mensaje llegue a mayor número de personas. Hacía tiempo que esperaba a alguien a quien confiarle este legado y creo que hoy, al llegar aquí, en la forma en que lo has hecho, tus pasos han sido dirigidos por Aquel que todo lo sabe y puede, por la Ley Cósmica, y en cuyos planes universales, todos somos sus instrumentos.

Me despedí del Venerable hombre y de su adorable nieta, sintiendo dentro de mí fuerzas desconocidas hasta entonces que preanunciaban grandes cambios en mi vida.

En los días siguientes, aparté una hora diaria, antes de dormirme, y leí y releí, todos los manuscritos, de la siguiente manera: En primer lugar copié la Meditación diaria en un cuaderno, el cual leí durante veintidós noches y mañanas seguidas, tal como lo indicaban las instrucciones de la misma.

Una nota al pie de página mencionaba que si yo la transcribía en un cuaderno, el hecho de hacerlo, grabaría en mi ordenador mental las instrucciones y me sería más fácil desarrollar, en mi personalidad, las cualidades y condiciones que formaban parte de los objetivos implícitos en la misma.

De los veintidós manuscritos, cada lunes, a las once en punto de la noche, copiaba uno en el cuaderno, y durante el resto de la semana, a la misma hora, lo leía y meditaba, siguiendo las fáciles y efectivas técnicas e indicaciones al inicio del mismo.

Cuatro semanas después de leer durante veintidós días seguidos, en la noche y en la mañana, la meditación diaria, comenzaron a manifestarse en mi vida una serie de cambios positivos que me dejaban asombrado a mi mismo, pero, también, los miembros de mi familia y a mis amistades; sobre todo mi semblante comenzó a ser más apacible; volví a sonreír desde el interior; mi estado anímico era de contento; me sentía más seguro de mi mismo; comencé a confiar más en la gente, en la vida y a vislumbrar el sentido de mi misión en la vida –percibía cosas que antes me pasaban desapercibidas, a pesar de haber estado siempre allí. Sentía fluir en mí una nueva corriente vivificadora de prosperidad, de felicidad, de alegría de vivir. Mi entusiasmo y amor por la vida y por mi familia, por mi trabajo y por las personas, crecía día a día. En aproximadamente dos meses había logrado muchas de las cosas en las cuales había soñado desde hacía años. Había dado un paso sorprendente en el camino de la autorrealización.

Efectivamente, pude comprobar que me fue relativamente muy fácil desarrollar las aptitudes y actitudes a nivel físico, mental, emocional, espiritual y en diversos aspectos de mi vida, como el financiero, que comenzó a mejorar casi inmediatamente, así como, surgieron nuevas oportunidades que comencé a aprovechar, casi sin esfuerzo de mi parte.

Transcurría el año de 1967 y mi vida había encontrado un sendero que habría de conducirme a cooperar en forma más efectiva en el plan divino que el Supremo Hacedor, en algún momento, había diseñado para mí.

Tres meses después volví a aquel lugar donde había encontrado al Venerable hombre de La Victoria y allí estaba la fuente que él dijo llamarse La Victoria; empero, cuando traté de encontrar el camino para llegar a la casa donde amablemente me ofreció un delicioso café, preparado por su nieta Lucía, no logré encontrarlo, pese a haber recorrido durante un par de horas por los alrededores. Pregunté a varias personas para ver si podían indicarme como llegar a la casa del Venerable hombre y cual fue mi sorpresa, nadie lo conocía.

Empero, después de tanto buscar, volví a encontrar la casa donde vivía el Venerable hombre de La Victoria, pero se encontraba abandonada. Su aspecto indicaba que debía encontrarse en ese estado un lapso mayor del que mediaba con el encuentro de aquel ser extraordinario. Es sorprendente como los inmuebles solos acusan el paso del tiempo en mayor grado que los que son habitados. Si no fuera por los manuscritos pensaría que el encuentro no fue más que un simple sueño. -¿O se trata, acaso de un sueño combinado con un fenómeno de aporte? Personalmente, no lo creo. El encuentro fue muy vívido y real. El aromático café servido por Lucía estaba exquisito. Durante varios años volví al lugar varias veces, la casa seguía sola. La última vez que volví, no la pude ubicar y sin tener tiempo suficiente para seguir buscándola, me fui. Ahora, vivo muy lejos de aquella zona, en otro continente; han transcurrido muchos años y después de tanto tiempo es poco probable que vuelva allí; pero, los manuscritos y la meditación diaria obran en mi poder, me han transformado y han enriquecido mi vida.

Durante más de treinta y cinco años he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen los manuscritos y la meditación diaria y cada vez que los pongo en práctica, experimentos los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para mí.

Su contenido es eminentemente práctico; no hay teorías superfluas. Si lleva a cabo los ejercicios que contienen, es probable que, gradualmente, se vaya efectuando la transmutación alquímica de su ser sintonizándose con los elevados resultados existenciales, los cuales, por añadidura, al ser creados a nivel mental, se van manifestando en su propia vida, oportunamente.

Sobre todo, con estos ejercicios, me percaté, cuando el Venerable hombre me entregó los manuscritos, de que se dispone de un método para domar la mente y ejercer un pleno dominio sobre la vida en general y, por ende, sobre el destino y controlar, cuando eventualmente se presenten, todas las situaciones, manteniendo un perfecto equilibrio físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

El Venerable hombre de La Victoria me comentaba que todo se puede lograr en la vida si se siembra la respectiva semilla por medio de correctas decisiones acordes con la propia y elevada auto-estima y dignidad personal, desarrollando el convencimiento de que sí se puede hacer, por medio de las afirmaciones, las visualizaciones y meditaciones, la experimentación de un estado emocional acorde al momento de ser logrados los respectivos resultados y la practica del desapego, es decir, dejar encargada a la mente psiconsciente del logro, y además, se espera el tiempo necesario haciendo, mientras tanto, todo lo que se requiere, según el caso o los objetivos por alcanzar.

Estas técnicas funcionan, me decía una y otra vez el Venerable hombre de La Victoria; luego, agregaba: -las he probado por más de cincuenta años y quien, a su vez me las entregó, habría hecho otro tanto, aseverando que eran efectivas, si yo seguía fielmente las instrucciones y las ponía en práctica con expectativas positivas.

Desde que en 1967, el Venerable hombre me hiciera entrega de los manuscritos, han transcurrido un poco más de de treinta y cinco años, durante los cuales yo también he puesto en práctica las diversas variantes de los ejercicios, afirmaciones y meditaciones que contienen, y cada vez que me ejercito con ellos, experimento los mismos beneficios. Ahora, ellos se encuentran en el libro que usted tiene en sus manos; espero que les sean tan útiles como los han sido para todos los que hemos aplicado las enseñanzas del Venerable hombre de La Victoria.

Él me repetía constantemente: -“¡Tú puedes si crees que puedes hacerlo! ¡Hazlo y tendrás el poder!

Recuerdo que ese día el Venerable hombre me dijo: -ejercer el poder con que la naturaleza de las cosas ha dotado a cada ser, cultivando los dones inherentes y aprendiendo todo lo que se pueda de sí y del vasto universo del que se forma parte, es una manera efectiva de ser cada día más feliz. Luego, cuando me despedí de él, expresó: -“¡Que cada día brille más y mejor tu luz interior!”.- Adelante.

Capítulo 2

Meditación diaria

Es lunes en la noche, son las once en punto.

Me dispongo a copiar textualmente, en el cuaderno que he dispuesto para ello, el manuscrito identificado con el título:

Meditación diaria

Dice así:

Afirme, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desee, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubra cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en su vida:

MEDITACIÓN DIARIA

Afirma, en la mañana y en la noche, antes de dormir, durante veintidós días; luego, cada vez que lo desees, esta poderosa fórmula de programación mental positiva y descubre cómo, con facilidad, van ocurriendo cosas maravillosas en tu vida. Al encender la luz en la mente se ilumina la propia existencia y todo en derredor vibra al unísono y con el mismo sentimiento de felicidad y bienestar, interrelacionándose por la ley de afinidad.

1. -Entro en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, contando de tres a uno: Tres, dos, uno.

Ø Ahora, estoy ya en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre.

Ø Voy a permanecer en el nivel de mi mente psiconsciente, en el centro de control de mi piloto mental automático, donde todo va bien, siempre, durante quince minutos y voy a programar los siguientes efectos positivos, los cuales perduran, cada vez mejor, hasta que vuelva a realizar este acceso y programación mental:

Ø Todo va bien, siempre, en todos los aspectos de mi vida, cada día mejor. (Tres veces). –Imagínalo-.

Ø Todo va bien en mi trabajo; cada día logro mejores niveles de efectividad, prosperidad, riqueza, abundancia y bienestar. (Imagínalo).

2. Formo una unidad cósmica perfecta con el Creador Universal, -ELOÍ. (Diez veces, con los ojos cerrados). Hoy se expresa en mí la Perfección universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión en todos los aspectos de mi vida.

3. -Cada día, en todas formas y condiciones, mi cuerpo y mi mente funcionan mejor y mejor. La consciencia de mi conexión permanente e indisoluble con el Creador Universal, -ELOÍ-, restablece y mantiene en mí, diariamente, durante las veinticuatro horas del día, un perfecto estado de salud a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Creador Universal, por darme un cuerpo perfecto, saludable, lleno de energía. Aquí y ahora, me siento en perfecto equilibrio de salud, a nivel físico, mental, emocional y espiritual.

4. Afronto y resuelvo bien toda situación que me compete, siempre.

5. Todo tiene solución, en todas las situaciones de mi vida.

6. El Creador Universal, -ELOÍ-, es en mí, cada día mejor, en todos los aspectos de mi vida, fuente de amor, luz, sabiduría, éxito, riqueza, prosperidad, abundancia y armonía.

7. Permito que las leyes universales de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión actúen bien en el plan de mi vida.

8. Tengo prosperidad y poder. Cada día enriquezco mejor mi vida a través del servicio efectivo, del amor y de la práctica de todas las virtudes.

9. Mi dignidad personal me lleva a realizar las cosas que me competen con la máxima perfección posible.

10. Cada día, en todas formas y condiciones, en todos los aspectos de mi vida, estoy mejor y mejor a nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero.

11. Actúo con templanza, serenidad, autodominio y perfecto equilibrio en todo. Conservo plena autonomía y control sobre todas mis facultades físicas, mentales, emocionales, intelectuales y espirituales. Hecho está. (Visualizar un escudo protector de luz que te envuelve y protege; -una pirámide-).

12. Tengo fortaleza, valor, confianza y fe suficiente para triunfar y alcanzar todas mis metas, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y en armonía con sus planes cósmicos. Soy inmune e invulnerable a las influencias y sugestiones del medio ambiente y de cualquier persona a nivel físico, mental, emocional y espiritual, en las dimensiones objetivas y subjetivas y en cualesquiera otras en que sea requerido.

13. El orden universal de la Vida, del amor, de la luz, de la sabiduría, del perdón, de la percepción de la verdad, de la aceptación de la realidad, de la justicia, de la igualdad, de la compensación, de la fortaleza, de la templanza, de la belleza, del equilibrio, de la armonía, de la salud, de la prosperidad, de la riqueza, de la abundancia, del servicio y de la provisión se establece en mi vida, en todos mis asuntos y en las personas interrelacionadas, aquí y ahora. Hecho está.

14. Asumo la responsabilidad de mis actos y cumplo bien todos mis compromisos, siempre oportunamente, de acuerdo con el orden cósmico.

15. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos da abundancia y armonía en el eterno presente. Vivo en abundancia y en armonía perfectas, aquí, ahora y siempre.

16. El Creador Universal, -ELOÍ-, se está ocupando de todo, en todos los aspectos de mi vida, y se expresa en mí conciencia intuitiva por medio de los sentimientos en correspondencia con los valores universales.

17. Gracias, Creador Universal, -ELOÍ-, por esta vida maravillosa. Que Tu Inteligencia Infinita, Amor, Sabiduría, Justicia, Luz, y Poder Creador guíen, adecuadamente, todas mis decisiones y acciones, ahora y siempre. Gracias, Eloí, por este día maravilloso.

18. El Creador Universal, -ELOÍ-, nos proteja, aquí y en cualquier lugar, ahora y siempre. (Tres veces).

19. Siempre espero lo mejor, de acuerdo con la voluntad del Creador Universal, -ELOÍ-, y la Ley Cósmica, en armonía con todos.

20. Gracias, Creador Universal; todo va bien en todos los aspectos de mi vida, a nivel físico, mental, emocional y espiritual. Gracias, Eloí, todo va bien en mis practicas espirituales y en mi relación Contigo; Tú y yo formamos una unidad perfecta, armónica, aquí y ahora, en el eterno presente. Yo soy Tú, Tú eres yo. Te amo.

21. Voy a realizar –obtener o resolver- (mencionar), antes del: (fecha), de acuerdo al orden divino y en armonía con todos. (Si se trata de varios objetivos, anótelos y haga la afirmación y visualización con cada uno de ellos. Imagínelo concluido satisfactoriamente sin imponer canal alguno de manifestación.)

22. Tengo serenidad y calma imperturbable. Soy impasible frente a todo y a todos. No tengo temor a nada, a nadie ni de nadie en ningún nivel físico, mental, emocional, espiritual y financiero. Dentro de mí vibra la seguridad total. Tengo completa confianza en la vida y en mi propia capacidad de resolver situaciones y alcanzar los resultados satisfactorios que preciso, en cada caso, siempre.

A continuación anoté la fecha: Lunes 12 de agosto de 1967. Luego, tal como me lo indicó el Venerable hombre, anoté la fecha que correspondía veintidós días después: 03 de septiembre de 1967.

Acto seguido, me senté cómodamente, tomé tres respiraciones profundas y realicé la meditación.

Luego, cada noche, durante veintidós días, a las once en punto, me iba a mi cuarto, daba indicaciones de no ser interrumpido durante veinte minutos y realizaba la meditación del día, la cual, siempre complementaba con la lectura breve de uno de los libros de cabecera que siempre suelo tener en mi mesa de noche.

Iba notando, día a día como emergía de mi interior una nueva y desconocida fortaleza, seguridad, estado de ánimo contento, actitud más decidida, optimismo frente a la vida y a las situaciones; comencé a llevarme mejor en las relaciones con las demás personas, a ser más comedido en todo y sobre todo comenzaba a tener conciencia de cosas que antes me solían pasar desapercibidas.

Cabe destacar que, en el punto número veintiuno de la meditación, había anotado siete objetivos que desde hacía tiempo quería realizar y para mi sorpresa, treinta días después de haber terminado de efectuar la meditación del manuscrito número veintidós comencé a observar como, en forma aparentemente casual se iban manifestando la resultados de cada uno de ellos hasta que, algunos meses después, antes de la fechas previstas, los había realizado todos, menos dos, por lo cual, me senté y volví a anotar, en una hoja de mi cuaderno, otros diez objetivos, encabezados por los dos pendientes de la lista anterior, les puse la fecha tope a cada uno, antes de la cual debían ser logrados, para seguir visualizando, su logro, periódicamente.

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lunes, 30 de julio de 2012

DON QUIJOTE DE LA MANCHA 1



DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Autor: Miguel de Cervantes y Saavedra
Versión modernizada: Giuseppe Isgró C.

Capítulo I

1

DE LA CONDICIÓN Y DE LAS ACTIVIDADES DEL RENOMBRADO HIDALGO LLAMADO DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

Vivía, no hace mucho, en un lugar de la Mancha, del que no deseo recordar su nombre, un hidalgo de aquellos que tienen lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y perro cazador. Él consumía las tres cuarta parte de renta para comer más bien buey que carnero, carne en salsa las más de las noches, el sábado trozos de cordero mal encontrados, lentejas los viernes, con la añadidura de algún palomino los domingos. Utilizaba el resto para ornamentarse en los días de fiesta con un sayo de selecto paño de lana, calzones de velludo y pantuflas de igual tejido; y en el resto de la semana se hacía el gracioso llevando un vestido de la más fina tela. Un ama de más de cuarenta años, y una sobrina que aún no había cumplido los veinte, convivían con él, y además, un mozo de ciudad y campo, que sabía muy bien ensillar el caballo y podar la viña.


Rondaba los cincuenta años; era de complexión fuerte, recio, seco de carnes, enjuto de rostro; levantábase muy temprano, y era amigo de la cacería.
Algunos señalan que llevaba por sobrenombre Quijada o Quesada, y en esto existe discordancia entre los autores que trataron sobre sus hazañas: pero por verosímiles conjeturas se puede suponer que fuese denominado Quejana; lo cual, para nuestro propósito es intrascendente. Lo que importa es que la relación de sus gestas no se aparte un punto de la verdad. 


Es preciso, más bien, saber que en los intervalos de tiempo en los cuales se encontraba ocioso (que eran los más del año), se dedicaba a la lectura de los libros de caballería, con tanta predilección y complacencia que descuidó, casi por completo, el ejercicio de la cacería y el gobierno de las cuestiones domésticas: incluso, su curiosidad, habiendo llegado a la manía de  alcanzar la erudición total en tal institución, le indujo a desprenderse de no pocas propiedades con el fin de adquirir, y así leer, libros de caballería. De esta manera llevó a su casa tantos libros como llegaran a sus manos; pero ninguno de estos le pareció tan digno de ser apreciado cuanto aquellos que fueron escritos por el famoso Feliciano de Silva. La nitidez de su prosa y sus artificiosas oraciones les parecían otras tantas perlas, y más cuando se embatía en controversias amorosas, o cartas de desafíos, en muchas de las cuales hallaba escrito: -“La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, rinde sí débil mi razón que con razón me quejo de vuestra hermosura”. Y también cuando leía: -“Los elevados niveles de vuestro Espíritu van divinamente fortaleciéndose con sus influjos, y os hacen merecedora del elogio que justamente viene atribuido a vuestra excelencia”.

Con estos y semejantes razonamientos aquel singular caballero trascendía el normal juicio. Ya no dormía por dedicarse a penetrar en el significado que el mismo Aristóteles jamás habría podido descifrar, si a tal único objeto hubiese regresado entre los encarnados. No le iba muy bien con los efectos, dados o recibidos por don Belianís, pensando que, no obstante a haber sido curado por insignes médicos, las huellas habríanse reflejado, aún, en su cara. Empero, alababa enormemente al autor por cuanto concluía su libro con la promesa de aquella interminable aventura. Fue estimulado, gran número de veces, por el deseo de tomar la pluma para cumplir aquella promesa; y sin duda lo habría hecho alcanzando el objetivo inspirado por su modelo, si no le hubiesen distraído más importantes e incesantes percepciones. Entró en debate, muchas veces, con el líder espiritual de su pueblo, (que era un hombre de cultura clásica y doctorado en Sigüenza), sobre quién había sido mejor caballero: si Palmerín de Inglaterra, o Amadís de Gaula. Pero, por otra parte, maese Nicolás, barbero del pueblo, era de la opinión de que ninguno de los dos podía contender con el Caballero del Febo, y de que si alguno se le podía comparar era Don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, quien era capaz de triunfar en las más arduas empresas; que no era un melindroso llorón como su hermano, y que, en cuanto a valentía, se le igualaba. 

 En esencia, aquella intensa lectura le entusiasmó de tal manera que no distinguía más la noche del día, ni el día de la noche; de manera que de tanto leer y poco dormir se le exaltó el juicio más allá de la normalidad. Su imaginación comenzó a fantasear con todo lo que leía, y vislumbraba encantamientos, contiendas, batallas, desafíos, requiebros, amores, afanes y acontecimientos imposibles: y a tal exceso aconteció la transmutación de la fantasía, que ninguna historia del mundo le parecía más verdadera de aquellas ideadas invenciones que iba leyendo. Sostenía él que el Cid Ruy Díaz había sido un valiente caballero, pero que debía ceder la palma al otro de la ardiente espada, quien de un solo tajo había partido en dos a dos feroces y desmesurados gigantes. Más le gustaba Bernardo del Carpio por haber enviado a mejor vida, en Roncesvalles, a Roldán, el encantado, valiéndose de de la ayuda de Hércules cuando entre sus brazos despachó a Anteo, el hijo de la Tierra. Alababa al gigante Morgante, porque descendiendo él de esta gigantea generación, en su mayoría soberbios y desconfiados, sólo él se manifestaba afable y muy bien educado.


Pero, por encima de cualquier otro, le otorgaba preferencia a Reinaldo de Montalbán, y de manera especial cuando le veía salir de su castillo, y tomar posesión de todo cuanto le era posible, sustrayendo, en ultramar, aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según refiere su historia. Habría él sacrificado a su ama, y además, también a su sobrina, por el anhelo que tenía de darle una serie de patadas al poco fiable Galalón. En fin, trascendido totalmente el consciente juicio, se redujo al más extraño pensamiento que se haya jamás generado en el mundo. Le pareció conveniente y necesario para la exaltación del propio honor y para el servicio de su Nación, hacerse caballero andante, y con las propias armas y caballo, recorrer todo el mundo buscando aventuras, para ocuparse de los ejercicios de los cuales se había compenetrado con sus lecturas. El reparar cualesquiera clases de entuertos, y el exponerse a sí mismo a todo tipo de riesgos para conducirse a gloriosa meta, debían inmortalizar, fastuosamente, su nombre. Se figuraba, aquel singular hombre, ser coronado por el gobernante de Trapisonda en mérito del valor de su brazo. Inmerso en tales emocionantes pensamientos, y elevado al éxtasis de la extraordinaria satisfacción que experimentaba, se dio con la mayor prisa en pasar a la acción fecunda. Se aplicó, en primer lugar, en pulir algunas armas que habían usado sus bisabuelos, y que cubiertas de óxido yacían olvidadas en un rincón. Las repulió y las puso en condiciones lo mejor que pudo, después de lo cual se percató de que en ellas había una esencial falta. Y es que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; pero esto fue suplido por su habilidad, haciendo de cartón una media celada, que unida al morrión tomó la apariencia de celada entera. Él, en verdad, para probar su solidez extrajo la espada y le dio dos golpes, con el primero de los cuales, en un instante destruyó el trabajo de una semana. Tampoco le agradó la facilidad con que se rompió en pedazos. Pero con la intención de que no volviese a ocurrir lo mismo, la rehízo consolidándola interiormente con unas barras de hierro, y quedó de tal manera satisfecho de su fortaleza que, sin someterla a nueva prueba, la tuvo por celada con visera de finísimo encaje.
Fue, luego, a visitar su rocín, que no tenía más cuartos que un real, y más aquejado que el caballo de Gonela, — che tantum pellis et ossa fuit — le pareció que no se les igualaban ni el Bucéfalo de Alejandro, ni el Babieca del Cid. Empleó cuatro días en imaginar con cuál nombre debía llamarle, y se decía a sí mismo que no era conveniente que el caballo de un caballero tan célebre no llevase un nombre famoso; e iba, por lo tanto, rumiando para encontrar uno que explicase lo que había sido antes de servir a un caballero andante, y en lo que se iba a transformar. Era muy razonable que, cambiando de estado el dueño, también lo hiciera el nombre del caballo, y le fuese aplicado uno célebre y sonoro. Y, después de haber propuesto, cancelado, quitado, agregado, desechado y vuelto a rehacer, siempre fantaseando, estableció en llamarle Rocinante, nombre, a cuanto le pareció, elevado y lleno de sonoridad, que indicaba que en el pasado había sido rocín, y que ahora estaba por convertirse en el más conspicuo rocín del mundo.

Establecido a su total satisfacción el nombre del caballo, se aplicó fervorosamente a determinar el propio, en el que invirtió otros ocho días, al cabo de los cuales se dio por llamarse Don Quijote. De esto, como ya fue dicho, extrajeron argumentos los autores de esta verdadera historia, que sin duda debía llamarse Quijada, y no Quesada, como otros quisieron denominarle. Pero, recordaba nuestro futuro héroe que el valeroso Amadís no se había limitado en llamarse simplemente Amadís, sino que le había agregado el nombre de su reino y patria, para su mayor celebridad, llamándose Amadís de Gaula. Por esta razón, también él, como buen caballero, agregó al propio el nombre de su patria, y así decidió llamarse Don Quijote de la Mancha, con el que, a su parecer, explicaba más vivamente el linaje y la patria, y le otorgaba honor tomando de ella el sobrenombre.

Estando ya limpias sus armas, hecho del morrión una celada, establecido el nombre del rocín, y conformado el propio, se persuadió que solamente le faltaba una dama a la cual declararle su amor. El caballero andante sin amores es como el árbol sin hojas y privado de fruto; es como el cuerpo sin el Espíritu, y se iba diciendo a sí mismo: -Si por castigo de mis faltas, o por mi buena ventura me encuentro con algún gigante, como de ordinario ocurre a los caballeros andantes, y le derribo en el primer encuentro, o le parto por mitad, y vencido le obligo a rendirse, ¿no será bueno tener a quien enviárselo presentado, que entre y se arrodille frente a mi dulce señora, y con voz humilde y suplicante, diga: -“Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, dominador de la isla Malindrania, vencido en singular combate por el jamás celebrado suficientemente caballero Don Quijote de la Mancha, de quien tuve la orden de presentarme ante vuestra merced, para que su excelencia disponga de mi a su mejor criterio?”-. Oh, cómo se alegró nuestro caballero en cuanto así se hubo expresado! Pero, cuanto más se complació después al haber encontrado a quien elegir en calidad de su dama! –Vivía, en un pueblo cercano al suyo, una joven labradora de bello aspecto, de la cual él desde hacía tiempo estaba enamorado sin que ella lo supiese, ni se hubiese dado cuenta nunca, quien se llamaba: Aldonza Lorenzo. Y ésta le pareció indicada para ser la señora de sus pensamientos. 

Después, buscando un nombre que no discordara mucho del suyo, y que pudiese, en cierto modo, reflejarla como princesa y gran señora, la llamó Dulcinea del Toboso, por cuanto del Toboso, precisamente, era oriunda. Este nombre le pareció armonioso, peregrino y expresivo, a semejanza de aquellos que, entonces, había puesto tanto a sí mismo como a sus cosas.